Por
Gabriel Ángel
Me da
una pena enorme tener que contradecir a quienes declaran a todo volumen
que las FARC somos un movimiento vencido y a punto de renunciar a sus banderas.
Y me da una risa incontenible con todos
aquellos que desde sus columnas en la gran prensa o sus distintos espacios de
opinión, pontifican acerca del afán que tenemos por rendirnos.
Siento franco pesar con quienes manipulados
por los medios masivos de comunicación, se comen el cuento de que las FARC
llegamos obligados a la Mesa
porque es nuestra última oportunidad.
Me da pena otra vez con quienes se explayan
hablando de divisiones al interior de las FARC
y especulan acerca de los mensajes que el mando busca enviar a la base.
Y me da lástima con la ignorancia de quienes
aseguran que las FARC abandonamos hace años nuestras ideas y principios, para
dedicarnos a vivir en el ocio y la comodidad.
Vuelven a darme risa todos esos personajes
encorbatados decretando diariamente que en nuestro país no hay ni la más remota
razón para mantenerse alzado en armas.
Y me brotan carcajadas cuando esos mismos u
otros salen con que nunca antes en Colombia disminuyeron tanto la miseria, la
pobreza, la desigualdad y la injusticia como ahora.
Me duele la panza de reírme cuando
importantes figuras ponderan las bondades de la democracia colombiana y sus
asombrosos avances en materia de derechos humanos.
Y qué divertida me parece la malintencionada
información policial y militar, que tras cada incautación de droga repite el
estribillo de que pertenecía a este o aquel frente de las FARC.
Me divierto a rabiar con las invitaciones de
los desertores y traidores a su pueblo, quienes
por menos de un salario mínimo mensual recitan las falsas versiones que
fabrica la inteligencia militar.
Me da pena tener que desmentir a todos esos
sabihondos de la radio y la televisión, empeñados en afirmar que las FARC
secuestran y mantienen en su poder a centenares de víctimas.
Y más todavía, contradecir a toda esa corte
de fanáticos convencidos de que con las FARC no puede ni debe discutirse
asuntos económicos, políticos o sociales para buscar la paz.
Y a los que nos amenazan con el exterminio,
la prisión perpetua, la desintegración y no sé qué más descomposiciones futuras
que sólo existen en sus deseos e imaginación.
Mejor es reconocer que somos una organización
revolucionaria y con profunda raigambre popular. Y que este pueblo reclama
cambios urgentes. Y que se pueden acordar hablando. Es mejor.
Eso de creer que los que no piensan y obran
como uno carecen de iguales derechos, no sólo es una grave discriminación, sino
una fuente inagotable de conflictos. Hay que dejar ser a los otros.